Desde hace tiempo se estudia la capacidad de las bacterias ácido-lácticas probióticas, conocidas también como las «bacterias buenas», para prevenir problemas como desórdenes gastrointestinales, y se ha demostrado cómo determinadas cepas de este tipo de bacterias tienen efectos beneficiosos en la salud y se utilizan ya en algunos productos alimenticios. Ahora, un estudio publicado en Food Research International da cuenta de los beneficios que supone la combinación de un grupo de este tipo de bacterias para inhibir bacterias patógenas, como Escherichia coli y Salmonella, dos bacterias que pueden causar diarreas infecciosas.
«Diversos mecanismos están implicados en el proceso de inhibición de patógenos», asegura Carmen Collado, de la Universidad de Turku, en Finlandia. Los expertos, en colaboración con otros centros de investigación finlandeses, han evaluado la capacidad de cuatro tipos de probióticos: Lactobacillus rhamnosus GG,Lactobacillus rhamnosus LC705, B. Breve 99 y Propionibacterium freudenreiichii, ssp. y shermanii, por separado y en combinación entre ellos, para calcular la capacidad que tenían de inhibir patógenos como Bacteroides vulgatus, Escherichia coli, Listeria monocytogenes, Salmonella o Staphylococcus aureus. Según los expertos, todas las combinaciones probadas han demostrado capacidad de inhibir los patógenos en una 40% de los casos, por lo que les atribuyen como «candidatos excelentes» para su uso en productos lácteos fermentados.
Los responsables del estudio admiten sin embargo que es necesario realizar más estudios que permitan «confirmar con rigurosidad los efectos potenciales antes de introducir las combinaciones en estudios clínicos». Sin embargo, el estudio no deja de demostrar lo que confirma la tendencia actual del aumento de productos probióticos disponibles, que cuentan además con más pruebas científicas. En ello andan numerosas investigaciones, como la descrita, que cuentan ya con pautas destinadas a garantizar que los alimentos probióticos, uno de los subgrupos más destacados de los alimentos funcionales, contienen cepas bacterias seguras. Y es que una de las finalidades de este tipo de alimentos es su papel de «guardián intestinal», por su capacidad de modular la actividad intestinal. Hasta ahora, las investigaciones habían demostrado que la ingesta de ciertas cepas microbianas, especialmente las pertenecientes a los géneros Lactobacillus y Bifidobacteriumpodían ser especialmente importantes para la salud, aunque estas afirmaciones se han hecho con cautela ya que los resultados no pueden generalizarse a todos los probióticos.
Los yogures y otras leches fermentadas son las principales vías de aporte de probióticos Uno de los estudios que ha intentado poner orden al caos del tubo digestivo lo iniciaron hace unos años expertos del Instituto de Nutrición alemán (DIFE), a través de la biología molecular para determinar con precisión la composición del «ecosistema intestinal». Entre las bacterias que más han movilizado a los expertos está Helicobacter pylori, responsable de úlceras y de gastritis, y diversas salmonellas, en el puno de mira de numerosas intoxicaciones alimentarias.
Uno de los retos que se plantean es que las bacterias probióticas lleguen vivas en el intestino, lo que significa que deben sobrevivir a las condiciones de procesamiento y almacenamiento. Para Dietrich Knorr, de la Universidad Tecnológica de Berlín, un probiótico «no sirve de nada si no está vivo», lo que demuestra la importancia de aplicar estrategias que lo permitan, como buscar moléculas protectoras para asociarlas a los microbios. Los principales probióticos son las bacterias que integran los géneros Lactobacillus y Bifidobacterium, que se encuentran en el tracto gastrointestinal y que se han utilizado, desde hace años, en varios procesos de fermentación alimentaria.